Ghibli ha generado el más reciente debate viral/global sobre las ¿creaciones? de ChatGPT, Copilot y otros dispositivos.
Los avances siguen ocurriendo. Determinar dónde comienzan y terminan los derechos de autor requerirá de más conocimientos de filosofía que de cibernética.
Por: Janeth Rodríguez Sarmiento | VP de Revenue Latam en Infobip
Uno ya llega a una edad en donde el algoritmo deja de perseguirte. Uno pasa a convertirse en una especie de termómetro de viralización.
Me refiero a que — en medio de mi ignorancia en torno al ecosistema influencer o de la élite tiktokera — si un trend logra colarse en mi radar, es porque ya es verdaderamente masivo.
Algo así sucedió días atrás cuando — para mi sorpresa — al entrar a mis redes vi un sinfín de historias con fotos de conocidos convertidas en ilustraciones inspiradas en Ghibli, el afamado estudio japonés.
¿El responsable del trend?: ChatGPT y su nueva funcionalidad de generación de imágenes.
En un principio, toda la cuestión me pareció entretenida y, por supuesto, los likes no se hicieron esperar.
Fascinaba ver cómo estábamos presenciando un cambio de paradigmas en la creación de contenido creativo.
Sin embargo, al cabo de algunos días, y en vista de todo el debate surgido en materia de propiedad intelectual, reparé un poco más en todas las implicaciones sociales, profesionales y culturales de este fenómeno que es la Inteligencia Artificial (IA).
ChatGPT, en primera persona
Intrigada por ambas caras de la moneda, acudí a ChatGPT para hablar con él acerca de si mismo.
Le pregunté por su postura frente al reciente escándalo, en el que se le acusaba de usar la IA de forma indebida.
El debate tildaba de plagio el arduo trabajo manual y la meticulosa técnica de cuadro por cuadro del estudio, detrás de películas como El Viaje de Chihiro y El Increíble Castillo Vagabundo.
Esta fue la respuesta que ChatGPT me dio: “Legalmente, las ilustraciones inspiradas en Ghibli capturan un estilo similar, lo que suele considerarse transformativo y, en muchos casos, protegido por las leyes de uso justo. Sin embargo, entiendo la controversia: el distintivo arte de Ghibli es muy querido, y algunos lo ven como apropiación o dilución. Personalmente, creo que la IA puede ser una poderosa herramienta creativa, pero siempre debe haber un claro respeto por los artistas originales y su legado”.
Ante complejos debates morales, respuestas ambiguas.
No satisfecha, indagué en el aspecto legal y descubrí que Japón — como uno de los principales impulsores de la Inteligencia Artificial — ha adoptado una postura sorprendentemente flexible frente a su implementación y a las leyes de derechos de autor en el país del sol naciente.
De hecho, según un informe de DeepLearning.AI, Japón es la única potencia mundial que, explícitamente, ha legalizado el uso de obras protegidas por derechos de autor para entrenar modelos de Inteligencia Artificial (IA).
Creencias divididas
En otras palabras, incluso si OpenAI hubiese utilizado imágenes de Ghibli para entrenar sus modelos, no habría infringido ninguna ley japonesa, por lo que el estudio no estaría en condiciones de demandar.
Es comprensible que la industria creativa se acalore. Aunque no dedico mi vida a este arte y me desenvuelvo como empresaria — en la otra orilla —, es imposible no empatizar desde lo humano.
¿Cómo no sentir algo cuando imaginas toda la pasión y el trabajo que, muy seguramente, yace sobre las bases de Ghibli? Nombre que, por cierto, hace referencia al “viento caliente del Sahara” y que representa el deseo del estudio por “dar un nuevo aire a la industria del anime”.
Sin duda, toda esta controversia pone, una vez más, sobre la mesa la innegable necesidad de estandarizar y delimitar normas claras en el uso de la IA de cara al futuro.
De esta manera, se procura no comprometer los valores que nos representan como sociedad.
La moral y el derecho intelectual no son los únicos en jaque si no regulamos la IA con rigor.
La inspiración creativa, esa chispa que nos reconecta con nuestro niño interior, está condenada a evaporarse si no actuamos con responsabilidad.
Asimismo, la calidad de la educación está en juego a manos de jóvenes que, para pesar de muchos, hoy posan con diplomas obtenidos a manos de un plagio digital instantáneo.
Ni blanco ni negro
Pero, calma, la IA no es el villano. Usada con ética, puede impulsar avances extraordinarios: desde detectar enfermedades tempranas, hasta optimizar soluciones climáticas o mejorar la accesibilidad.
La tecnología, por sí sola, no corrompe ni redime; todo depende de cómo la usemos.
Como individuos, como marcas, debemos trazar la línea entre la innovación y el abuso. Entre potenciar el talento humano o despojarlo de su esencia.
La clave no es temerle a la Inteligencia Artificial sino comprenderla, regularla y usarla para construir, no para desdibujar.