Muchos recordarán la serie “Cosmos” de Carl Sagan, uno de los más notables divulgadores científicos del siglo XX. Su descripción de la vida era particularmente ilustrativa. Mientras explicaba que el hombre está compuesto en un 90% de agua y que el resto de los componentes son muy numerosos, que tenemos carbono, nitrógeno, oxígeno, hidrógeno, fósforo, azufre y otros, los enumeraba y los iba incorporando en un vaso de reacción en la misma proporción que las tiene un ser vivo. Una vez finalizada la mezcla, sentenció lacónicamente: “En este vaso están las notas de la música de la vida, pero aún no está la música en sí”.
Muchas veces se implementan políticas públicas que recuerdan a esta inocente intención de “hacer un hombre” que utilizaba Sagan por el absurdo. Para que existan polos de innovación tecnológica no basta con tomar los componentes de alguno de ellos e intentar replicarlos. Al conjunto de elementos químicos del vaso de reacción de Sagan le faltaba vida para poder ser un hombre. A muchos de los polos de innovación tecnológica que inventan muchos gobernantes les falta capitalismo y por esto es que, a veces, no nacen como tales.
“Silicon Valley” es reconocido como el polo de innovación tecnológica por antonomasia. Representa el sueño de muchos gobernantes de crear sus propios “Silicon Valley”, generando artificialmente condiciones similares para lograr un número importante de empresas de gran valor agregado, con directivos y empleados ricos, que cultivan hábitos de vida saludables y consumen y ahorran en un espacio territorial reducido.
Se ha señalado que el surgimiento y posterior consolidación de Silicon Valley se debieron a la confluencia de varios factores:
1) una cultura única de colaboración y de compartir el know how, tanto dentro de una empresa como entre empresas;
2) elevada movilidad laboral;
3) competencia entre varios competidores dinámicos;
4) bajas barreras de entrada;
5) alta concentración de empresas especializadas en productos complementarios;
6) desarrollo de asociaciones y consorcios comerciales efectivos;
7) uso creativo del partnership, el cross-licensing y el joint venture;
8) una red eficiente y competitiva de venture capital integrada a la comunidad tecnológica;
9) íntima relación entre los ámbitos universitario y empresario;
10) una cultura legal enfatizando las soluciones prácticas, flexibles y no litigiosas;
11) un management enfocado en el trabajo en equipo, la apertura, la autonomía y la descentralización;
12) el uso de la estrategia de stock options para motivar a los empleados y premiar la innovación y la creatividad.
Los efectos benéficos de estas agrupaciones empresarias son múltiples, no solamente generan tecnología de primer nivel, sino que el fenómeno económico que se desarrolla a su alrededor es multiplicador: los inmuebles aumentan su valor, el consumo, los servicios financieros, la infraestructura, la demanda laboral, la demanda de capacitación y todas las demás variables de la economía se mejoran.
La pregunta obligada es: ¿por qué existe Silicon Valley en California y no existe en otros lugares? Sin duda alguna, uno de los componentes de la respuesta es el capitalismo, pero obviamente que por sí mismo no responde todo.
Marco institucional, seguridad jurídica, propiedad intelectual, inversión en investigación y desarrollo, vinculación entre la academia y el sector privado, vocación por el emprendedorismo productivo, son otros tantos ingredientes de la receta del éxito.
Por Martín Carranza Torres
Adaptación de extractos del libro: Derecho de la Innovación Tecnológica. Una historia del tecnotropismo capitalista, Abeledo Perrot, Bs. As., 2008, Segunda Parte, Cáp. V.