En muchos sentidos, la informática moderna nació en el New Englander Motor Hotel de Greenwich, Connecticut. Allí y en 1961, uno de los grupos de ingenieros de más talento de IBM se reunió en secreto para encontrar la forma de construir el equipo IBM de última generación. Se acaban de cumplir 50 años del Sistema 360, el primer mainframe, que cambiaría pocos años después la historia tecnológica mundial.
IBM necesitaba entonces un nuevo diseño con urgencia. Vendía con éxito diferentes líneas de ordenadores, totalmente independientes, pero que se mostraban cada vez más difíciles de mantener y actualizar. Se encontraba en una encrucijada, como recuerda el director de contenidos del Museo de Historia Informática de EE.UU., Dag Spicer. “IBM se estaba colapsando, en cierto modo, por la presión de tener que respaldar múltiples líneas de productos, incompatibles entre sí”, resume.
Pero lo que presentó el 7 de abril de hace medio siglo fue su System/360 que logró un éxito sin precedentes, hasta el punto que su presidente de entonces, Tom Watson Jr, cerró varias líneas de desarrollo para concentrarse en el que sería su gran fuente de ingresos para los siguientes años.
En apenas seis años, sus números pasaron de 3.600 a 8.300 millones de dólares en 1971 y, en 1982, más de la mitad de los ingresos de IBM ya procedía de la generación 360.
Según los expertos, marcó el comienzo de una nueva forma de pensar, en cuanto a diseño y construcción de sistemas, una perspectiva que, pasados los años, no recordamos bien pero resulta radical.
Antes del Sistema 360, los fabricantes construían cada nuevo modelo de ordenador desde cero. A veces, incluso se fabricaba en exclusiva para un cliente. Desde luego, los programas de ese ordenador no funcionaban en ninguno más, ni siquiera del mismo fabricante. El sistema operativo de cada modelo también era único y se escribía desde cero.
Pero la idea que surgió de aquel hotel de Connecticut cambió el rumbo, crear una sola arquitectura que diera lugar a una familia de ordenadores. Ni siquiera por entonces había una idea clara de lo que era una arquitectura, por lo que resulta aún más revelador del carácter innovador del proyecto.
En realidad, la idea era disponer de dos arquitecturas comunes, una de gama baja y otra de altas prestaciones, que realizaría su trabajo 40 veces más rápido. Al centrarse en la arquitectura, en lugar de en una aplicación concreta, se allanaba el camino, además, para la compatibilidad entre diferentes modelos. Como subraya Spicer, “en realidad, resumió todas las discusiones de negocio e informática a un solo sistema”.
Aunque ahora resulte obvio, el concepto resultó en su tiempo revolucionario y tuvo un profundo impacto en toda la industria.
IBM lograba utilizar un sistema operativo único para todos sus ordenadores (aunque luego creó tres variantes para abarcar todos los escenarios). Se ahorraba, de este modo, mucho trabajo de escritura de software para centrarlo en nuevas aplicaciones. Pero también redujo los recursos de hardware. Ya no habría que diseñar para cada máquina cada componente, procesadores y memoria. Diferentes modelos compartían componentes, lo que favoreció las economías de escala del fabricante.
Los clientes se beneficiaron también. Podían coger el código escrito para una máquina y ejecutarlo en otra. Lo nunca visto. “Entonces no se concebía la idea de ejecutar un software en diferentes máquinas”, recuerda Spicer.
En aquellos tiempos comenzó toda una generación que ha perdurado durante décadas y que han parecido en diferentes etapas a punto de desaparecer. Sin embargo, después de tanto tiempo, nadie se atreve ya a aventurar el final del mainframe.
Joab Jackson, IDG News Service