Arranca el Mobile World Congress, una de las ferias de telecomunicaciones más importantes del mundo y, sin duda, uno de los principales protagonistas del mismo será la 5G.
Por: David Bonilla. Artículo originalmente publicado en La Bonilista.
Algunos expertos consideran que, una vez completada, la transición a 5G constituirá el mayor salto tecnológico de la historia de las telecomunicaciones -comparable a pasar directamente del telégrafo al fax- pero ¿qué carallo es exactamente eso del 5G y por qué debería importarnos?
La 5G es un conjunto de estándares y tecnologías que prometen aumentar un orden de magnitud la velocidad de transmisión de datos de nuestros dispositivos móviles y convertir en realidad “el Internet de las cosas”, pero si vamos más allá de las promesas y comprendemos cómo funciona la magia que lo hará posible, seremos capaces de vislumbrar y aprovechar las oportunidades que creará.
Porque, más allá de la velocidad, la 5G aumentará de forma dramática la densidad máxima de conexiones, evitando los problemas de conectividad que suelen aparecer en grandes concentraciones, como conciertos o eventos deportivos. Mientras que una red 4G soporta hasta 100.000 dispositivos conectados en un radio de 1 km², con 5G se espera llegar al millón.
Podríamos pensar que esa mayor densidad es la que permitirá que todo esté conectado, que cualquier cosa que se nos ocurra -zapatillas de running, guantes de realidad aumentada, farolas inteligentes- tenga un montón de sensores y una antena con la que enviar y recibir información, pero aún nos faltaría una X para resolver la ecuación del IoT o Internet de las cosas: la latencia de conexión.
La latencia es el tiempo que tarda en transmitirse un paquete de datos en la red y está relacionada directamente con la velocidad de conexión, pero no es exactamente lo mismo. Como imagino que mi madre estará leyendo este texto, permitidme que me dirija directamente a ella: mamá, imagina la latencia como el tiempo necesario para que un coche acelere de 0 a 100 km/h y la velocidad de conexión como la velocidad máxima de un coche. Mientras que la latencia en una red de 4G es de 10 milisegundos, 5G permitirá latencias de 1 milisegundo.
¿Y qué dispositivos necesitan una latencia baja, independientemente de la velocidad de conexión? Los dispositivos IoT. ¿Por qué? Porque son dispositivos donde las baterías son de difícil recarga o directamente se diseñan para no recargarse jamás. Un dispositivo en standby apenas consume energía, este consumo se dispara al recoger y enviar datos, que en la mayoría de los casos no llegan a los pocos Kilobytes.
Unas zapatillas inteligentes no van a enviar un capítulo de la última serie de moda en Netflix sino unos pocos bytes con la posición geográfica, velocidad media y frecuencia cardíaca. Así que, les importará bien poco poder descargar datos hasta a 1 Gbps por segundo, pero al reducir su latencia un 90%, de 10 a 1 milisegundo, también reducirían un 90% el tiempo que deberán estar conectadas para enviar esa información y comprobar que ha sido recibida y, por supuesto, su consumo de energía. Por eso, se estima que las baterías de los dispositivos preparados para trabajar con 5G podrán tener una vida útil de hasta 10 años, haciendo que su explotación sea finalmente rentable.
Pero hay otro tipo de dispositivos que se beneficiarán de la baja latencia, los que usen procesamiento en tiempo real. Dispositivos para los que 10 milisegundos de latencia es demasiado tiempo, como por ejemplo los coches autónomos. Un coche de este tipo recoge 10Gb de datos por cada kilómetro recorrido de media. Aunque sólo una mínima fracción de los mismos necesite un análisis avanzado o una comunicación con servidor (por ejemplo, para avisar de un accidente o una retención de tráfico) generarán miles, millones de micro-conexiones que se beneficiarán de las bajas latencias.
Y aquí está la madre del cordero, porque esa baja latencia de conexión no sirve para nada cuando la nube se ha convertido en el cuello de botella, así que, veremos como, más allá del cloud computing, empieza a despuntar el edge computing o, lo que es lo mismo, volver a llevar nuestras aplicaciones y servicios de software al “borde” de la red -lo más cerca posible de donde serán consumidos- para mejorar el tiempo de respuesta de los mismos. Puede que para muchos esto les parezca crear una solución para un problema que aún no existe, pero es que en realidad existe desde hace años. Los CDNs, o redes de distribución de contenidos, llevan años trabajando en el filo de la red.
Las telcos desplegarán decenas de miles de mini-datacenters para dar servicio a todas esas nuevas aplicaciones y dispositivos que trabajarán en el filo y permitirán que las empresas puedan desplegar sus servicios de software cerca de donde estos serán usados… pagando un precio, por supuesto. Quizás más de uno entienda ahora el alcance de una red no-neutral que permite a las telcos priorizar servicios.
Otra de las pequeñas revoluciones que arrastrará la llegada de 5G será la adopción masiva de la virtualización y la softwarización de la red. Para reducir la enorme factura que supondrá provisionar todos esos mini-datacenters, veremos cómo las grandes corporaciones apuestan por los white box switches -básicamente, hardware de red genérico, desacoplado del software con el que es gestionado: sistemas operativos open source– que son un orden de magnitud más baratos que las tradicionales soluciones integradas de fabricantes como Juniper o Cisco.
Todo ese hardware de red virtualizado, será además gestionado de forma remota, de tal manera que, cuando haya que ampliar la conectividad de una zona determinada, los técnicos pincharán el hierro genérico en el centro de datos de turno y este será configurado y gestionado automáticamente desde un control central. Una de las startups que está creando software de red completamente agnóstico del hardware es la barcelonesa Volta Networks, pero no será la última. 5G cambiará la forma en la que se hacen muchas cosas… y convertirá en obsoletas muchas otras.
Pensar que la llegada de 5G no será relevante para los desarrolladores de software pronto sonará tan ridículo y soberbio como los comentarios de los CIOsaurios que, hace apenas diez años, afirmaban que la nube no era más que un parche económico para la tienda de la esquina y apostaban porque las grandes empresas seguirían acumulando hierro propio en sus instalaciones.
La tecnología nos ha permitido desarrollar aplicaciones abstrayéndonos de la infraestructura sobre la que se ejecutan y comunican, pero ignorarla sería tan estúpido como creer que la misma no nos condiciona.