Por Martín Carranza Torres
Socio de Carranza Torres & Asociados
-Asesoramiento Legal en Tecnología-
Europa pareciera haber renovado su espíritu vanguardista y por estos días ha trazado, a través de acciones concretas, las primeras pinceladas que pretenden transformase en un fresco sobre la propiedad intelectual del Siglo XXI. El “boom de lo legal”, como lo han denominado algunos medios de comunicación, no es otra cosa que la materia prima del éxito. Es decir, el justo reconocimiento del derecho de autor como la plataforma más sustentable que permite tornear el progreso.
Lo que reconocemos hoy como propiedad intelectual no es otra cosa que una nueva manera de regular la protección de intangibles, que debe ser entendida como un instrumento que permite la transferencia de tecnología y conocimiento. Porque toda sociedad tiene derecho a acceder y disfrutar de los bienes culturales ideados en su propio centro de invención pero para que esto suceda es imprescindible balancear este derecho con el del autor de los bienes culturales.
La creación en cualquier rincón del planeta no debería ser motivo de preocupación porque sin ese sistema integrado de propiedad industrial y derechos no hay posibilidad alguna de anticipar el futuro. Y sin sueños todo se desvanece. En ese sentido, los sitios Spotify, Rdio y el Código de Conducta diagramado desde el Estado británico parecen haber entendido la importancia de blindar sus invenciones.
El modelo impulsado por Spotify, un sitio con canciones que se escuchan online y que ya posee en las bateas del ciberespacio a los cuatro ases de la música (EMI, Universal, Sony BMG, Warner), ha roto con todos los moldes en el viejo continente y está a algunos clicks de convertirse en una de las fuentes de ingresos más firmes de las discográficas.
El sitio de origen sueco desembolsa por derechos de autor un porcentaje variable de los beneficios que obtiene de las suscripciones y de publicidad. Dentro del sitio se lee “Nosotros estamos convencidos de que (los artistas) merecen una compensación por su creatividad. Por ello hemos puesto en pie una forma de recompensarles de manera justa por la música que suena en Spotify…, una alternativa legal y convincente a la piratería”.
Por su parte, los creadores del sitio Kazaa, un icono del intercambio ilegal de archivos que nació en marzo de 2001, decidieron cambiar los hábitos y diseñar Rdio, un sitio legal, con gran parecido a Spotify, que logró albergar cinco millones de canciones. El nuevo desafío del dúo Janus Friis y Niklas Zennström se lanzó al mundo el 3 de junio pasado y ofrece la posibilidad de escuchar música en forma ilimitada desde la PC a partir de una suscripción que va desde los 5 a 10 dólares mensuales.
Pero sin lugar a dudas la noticia más rutilante se descolgó del Reino Unido. En la casa del copyright los principales proveedores de acceso a Internet elaboraron una lista negra con los datos de las personas que infrinjan las leyes de la propiedad intelectual. La novedosa y controversial idea fue pergeñada por el ente regulador de las telecomunicaciones (Ofcom) británico con el objetivo de reducir la piratería en la red.
La propuesta, que incluye un Código de Conducta, permitirá a las empresas BT, Talk Talk, Virgin Media, Sky, Orange y O2, entre otras, listar los nombres y el número de veces que los usuarios violen los derechos de autor. En ese caso, las discográficas y las productoras cinematográficas podrán solicitar detalles de la misma para decidir si emprenden acciones legales contra los reincidentes.
El código, que deberá entrar en funcionamiento a comienzos de 2011, como parte de la Ley de Economía Digital, podría sumar en el corto plazo también a las redes de telefonía móvil y proveedores más pequeños. Se estima que en el Reino Unido donde las industrias relacionadas con los derechos de autor dan empleo a 2 millones de personas y generan anualmente unos 17.600 millones de euros (14.200 millones de dólares), sólo se descarga legalmente desde Internet una de cada 20 canciones.
La protección de la propiedad intelectual, que lleva varios siglos intentando consagrase como la herramienta posible que permite sostener el circuito financiero del mundo, no sólo implica beneficios para los países desarrollados que realizan grandes inversiones sino que incentiva y favorece a las economías emergentes ofreciendo un canal seguro para investigar y crear, bajo la certeza de que los derechos derivados de sus invenciones estarán plenamente asegurados.
Cuando la imprenta irrumpió en el escenario mundial, Europa comenzó a diseñar su plan para proteger los bienes culturales. A la vanguardia. Siempre antes de que el futuro la rodeara por la espalda y no tuviera derecho a nada. Acaso destilando una mirada del mundo que siempre debimos tener y no la complaciente miopía con la que muchos ignoran los hechos que hoy discurren y que tanto daño provocan en el capital intelectual y económico de los propios creadores.