El desarrollo tecnológico regional sufre de una crisis singular, contrastes llamativos tiñen la región bajo el liderazgo de verdaderos incultos digitales, que no logran comprender el verdadero valor de un desarrollo armónico, tanto de las comunicaciones como de la industria del software y el hardware.
Vivimos en la economía del conocimiento, el ecosistema de negocios de nuestras sociedades se ha transformado para siempre, y las leyes económicas no logran dar respuestas eficientes a nuevas formas de hacer negocios.
La globalidad ha dejado de ser una utopía, para convertirse en una verdadera apotema que va directo desde la frontera de cualquier Nación al centro de su propia sociedad.
La inclusión no es una oportunidad populista que se resuelve con la entrega de notebooks a alumnos carenciados, es necesario un cambio cultural desde la educación y desde la generación de contenidos, como también debe complementarse con una firme base de infraestructura de comunicaciones para garantizar el proceso evolutivo de la nueva economía.
Estamos formando a los líderes de la próxima generación, la materia prima del mañana es el conocimiento y cualquier acción que no atienda un desarrollo sustentable del conocimiento de la sociedad va a atentar contra la economía del futuro en nuestras naciones.
La falta de coordinación en estos temas y la falta de planificación en este sentido es un acto semejante a regar los campos con nafta.
Aunque a los economistas les pese, en el futuro la riqueza de una nación se van a medir por la suma de IQ de sus habitantes y no por la cantidad de bienes acumulados.
No tiene sentido fomentar una industria de hardware que da trabajo a un millar de personas, si el mundo es más eficiente en este sentido, desperdiciamos cantidades enormes de recursos, en lugar de aplicarlos en los campos de las tecnologías que podemos ser más competitivos en el mundo, como por ejemplo el desarrollo.
No entender algo tan simple NO es un error, es ignorancia que la justicia debería considerar un delito de lesa humanidad.
La visión de la clase política actual deprime el futuro de los jóvenes, se ponen gravámenes a la tecnología sin percibir que esos gravámenes se aplican sobre las oportunidades de millones de jóvenes latinoamericanos.
Los políticos de nuestra región deberían pararse en un paredón, y colocarse un gorro de “burros” como hacían los maestros antiguos con los alumnos rebeldes.
Esto no constituye un problema social o educativo, es un problema de negocios, ya que están conformando un escenario que nos va a marginar de las mejores oportunidades para todos.