La búsqueda de la productividad, de vez en cuando, es acelerada por reformas laborales.
No obstante, incluso en Europa, las empresas suelen quejarse de sus efectos. Veamos lo que nos dice la experiencia de Chile.
Por: Catalina Pardo | Gerente de Apparcel Uriarte Abogados
Ha pasado algún tiempo desde que se instaló en la opinión pública la urgente necesidad de mejorar las pensiones y el mercado laboral.
Nos preguntamos, ¿cuál es el mayor desafío? En principio, una reforma de pensiones profunda, lo cual requiere de un gran consenso.
¿Qué ha pasado? Se dictaron leyes muy populares que hoy complican la gestión de las empresas y, por efecto añadido, a los propios trabajadores.
Aunque puede decirse que el cambio legal es clave para el cambio cultural, cuesta entender que, paras estas reformas laborales, se estén aprobando tantas leyes, en paralelo, sobre temáticas diversas.
Esto se hace sin que se advierta un análisis de especialistas del impacto agregado que tendrá la aplicación conjunta de estas nuevas normas.
Por el contrario, podría decirse que, simplemente, están siendo aprobadas por que corresponde o es bien visto hacerlo.
Reformas laborales, impactos clásicos
Desde las perspectivas inflacionarias y el impacto de la ley de 40 horas, hasta el desafío de equilibrar el costo del trabajo con la creciente productividad del capital tecnológico, muchas de estas normas han sido implementadas con éxito en países desarrollados, principalmente de Europa.
Sin embargo, debemos considerar que son sociedades donde el cambio cultural ya se había o se estaba produciendo. Por ello, su adecuación fue más sencilla.
Entonces nos preguntamos: ¿están siendo efectivas estas reformas laborales? ¿Benefician realmente a los trabajadores? ¿Cuál es el impacto real en nuestra economía?
En un contexto donde el 44% de los proyectos de ley del Congreso están enfocados en lo laboral, diversos estudios indican que la Ley de 40 horas y el aumento del sueldo mínimo a $500.000 podrían incrementar el costo salarial de las empresas hasta en un 25%.
La creación de nuevos empleos se ha debilitado, lo que ha resultado en que la economía esté generando más ocupaciones informales que formales. Esto se debe a que el aumento en los costos de contratación se está volviendo más que considerable.
Formalidad vs. Progresividad
De acuerdo a un informe del Observatorio de Informalidad Laboral de la CCS, basado en la Encuesta Nacional de Empleo del INE, el número total de trabajadores informales superó los 2,5 millones de personas en enero de este año.
Este es su nivel más alto en cuatro años, lo cual se tradujo en una tasa de informalidad total del 27,6%.
El empleo formal, en tanto, tuvo un crecimiento de tan sólo un 2,5% en igual período, muy por debajo del incremento informal.
Sólo si analizamos la Ley de 40 horas vemos que, actualmente, las empresas aún no definen temas tan simples como a qué cargos se les puede aplicar.
Incluso, muchos trabajadores que antes no registraban sus horas, hoy sí deben hacerlo.
Aunque puede sonar como una buena idea, ésta debió planificarse con tiempo, considerando la realidad del país, de las empresas y, principalmente, de las Pymes.
Hoy la productividad laboral se convierte en un reto clave para las empresas. Esto si consideramos que la implementación de la Ley de 40 horas podría provocar una disminución de hasta un 7% por trabajador.
¿Qué dicen los trabajadores de las reformas laborales?
Encuestas indican que un 75% de los trabajadores considera que la reducción de la jornada laboral mejorará su calidad de vida, con mayor tiempo para actividades personales. Ello podría traducirse en un aumento de la satisfacción laboral, y una mejor retención de talento a largo plazo.
No se ve con buenos ojos el futuro inmediato, principalmente de aquellas pequeñas y medianas empresas, que por su estructura, le es más difícil adaptarse a tantos cambios normativos.
Hoy deben ajustarse a modificaciones legislativas cuyos contornos son, aún, poco claros, como la Ley Karin.
Si bien dicha norma apunta a la tranquilidad y bienestar de los trabajadores, sus definiciones poco precisas, así como la poca claridad para su implementación, puede traer serios problemas, además de consecuencias monetarias para las empresas.
Cambiar no siempre equivale a mejorar. Pero, para mejorar, hay que cambiar. Así lo decía Winston Churchill a principios del siglo XX.
A esto le podríamos sumar, que no todos los cambios deben venir juntos, sólo por el ánimo de que un ministro o un gobierno sea más popular.