Pensar en corrupción en nuestros días no es ajeno o atípico para ninguno de nosotros. La encontramos presente en los grandes titulares, a través de casos resonantes en Latinoamérica y el mundo, pero incluso pequeños hechos cotidianos que nos dejan ver que el fenómeno tiene un gran alcance.
Por: Diego Schain, Responsable de Canales de MCO para Cisco
El ciudadano común se ha visto y se verá impactado diariamente a esta exposición moral que a veces, lamentablemente, ya queda incorporada en nuestra retina y, de igual forma, en la costumbre popular. Sin embargo, la voluntad aquí no es abrir una discusión sobre el origen cultural de la corrupción sino, de otra forma, revisar herramientas que nos ayuden a identificarla y combatirla de forma concreta como ciudadanos.
Pensar en corrupción, es pensar en ineficiencias. Sin embargo, ese sesgo inicial “monetario”, nos separa un poco del sentido real de la palabra que es romper, hacer pedazos, desnaturalizar. Asumir esto es crucial al momento de tomar nuestro punto de partida en este desafío y comprender a cabalidad con qué nos estamos enfrentando.
La corrupción no solo atenta contra la pobreza, la igualdad de oportunidades, la fortaleza de nuestras instituciones, sino que es más profunda y cruel, rompe/ desnaturaliza nuestra relación con el otro y eso marca un quiebre que afecta al todo.
Un primer paso decisivo en esta batalla es asumir un rol protagónico para cada uno de nosotros como ciudadanos. No importa el rol que tengamos en nuestra sociedad. La impronta personal y, asimismo, familiar que podamos generar hará las bases para formar un frente sólido y robusto que nos posicione de otra forma ante el desafío.
Hasta aquí una visión personal de marco. A partir de aquí una mirada más ejecutiva de una herramienta empresarial que puede ser extrapolada a otros ámbitos con relativa sencillez, aunque con una significativa reflexión que nos permita efectivizar una traslación eficiente.
El modelo podemos denominarlo “De 3 Líneas de Defensa”, que parte de la premisa que ningún hecho de “no conformidad con las reglas” (“non-compliance” en la jerga empresarial) es dependiente de un único nivel dentro de cualquier estructura.
En términos futbolísticos podemos pensar que ningún gol puede ser marcado sin pasar primero por los jugadores del mediocampo, asimismo defensores y finalmente el arquero. En términos técnicos más específicos, podemos decir que una primera línea de defensa la constituyen quienes accionan concretamente en el día a día llevando adelante acciones operativas. Esta cadena integra todos los eslabones, desde posiciones básicas por su complejidad o experiencia, hasta posiciones en los estratos superiores de cualquier organización.
La segunda línea la integran aquellos que velan por el cumplimiento de las normas y la administración de los riesgos asociados a las decisiones tomadas de forma individual y colectiva. Estas personas se encargan de establecer y monitorear las políticas y estándares que los demás grupos deberían seguir en pos del objetivo común que la organización se traza.
Por último, nos encontramos con la tercera línea de defensa. En este caso, las personas serán responsables de auditar los procesos y acciones tomadas. Analizarán los resultados conseguidos, pero, más importante, entenderán la consistencia (de procesos e individual) con la que esos resultados fueron obtenidos.
Ninguna de estas funciones reviste mayor relevancia que la otra y entre sí hacen a un todo que ayuda a desarticular las desnaturalizaciones que se presentan en la complejidad del mundo empresarial de hoy en día.
Este esquema para ser extrapolado a otros ámbitos no requiere de exquisitos tecnicismos ni tampoco de una estructura importante para operar. Se aplica al mundo de las organizaciones públicas o privadas, pero también a nuestro núcleo básico, la familia. Como ciudadanos, en interacción con otros individuos u organizaciones, es crucial entender nuestro rol en dicho esquema. Rol que de igual forma puede afectarse en el tiempo por lo que requiere de un dinamismo reflexivo continuo.