“El oficio de ser empresario o de hacer empresa es una ocupación artesanal en la que se requiere mezclar la pasión irreflexiva con la sabiduría cotidiana”: Guillermo Ramírez
Los hombres de éxito versus los fracasados, los que sobresalen y los conformistas, los que buscan la gloria y los que viven en la intrascendencia…, y así podemos listar un sinnúmero de opuestos para intuir erróneamente que los primeros de cada una de estas duplas son los superdotados o tuvieron todo tipo de oportunidades en comparación con los segundos, quienes encubiertos en el miedo, en la inseguridad, en la falta de apoyo o de las condiciones propicias siempre anteponen miles de pretextos para evitar ser “del montón”.
Y aunque puede ayudar al cambio de actitud, todos esos aleccionamientos, frases rimbombantes y discursos motivacionales no dejan de ser repetitivos y muchas veces no encuentran eco ni en quien los pregona; son más bien resultado de las circunstancias o caprichos del destino. Dentro de toda esta verborrea existe un término para catalogar a los hombres que han logrado el éxito en sus negocios: “emprendedor”.
Si nos ponemos exigentes y le hacemos caso a la gramática, llamar a alguien emprendedor por algo que ya hizo no es correcto, pues la palabra en sí tiene una connotación a priori y define sólo a los que están por hacer algo. Ambicioso, afanoso y dispuesto son algunos de los sinónimos para este concepto, mientras que la Real Academia de la Lengua Española se refiere a un calificativo en particular: “Alguien que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas”.
¿Y qué es emprender? Además de “prender fuego”, significa coloquialmente acometer a alguien para importunarlo, reprenderlo o reñir con él, pero a nosotros nos interesa más la poética acepción que -a fuerza de voluntad- relacionamos con el ámbito empresarial: “Acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro”, o también puede entenderse como “tomar el camino con la resolución de llegar a un punto”.