Por estos días, a raíz de la muerte de Steve Jobs, se volvió a poner en distintos medios el famoso discurso que dió en el año 2005.
Un discurso raro. Acostumbrados a asociar los discursos con largos monólogos monótonos, en donde se dicen cosas protocolares, que nadie está realmente interesado en escuchar, este resultó sorpresivo. No sigue la regla: tiene ritmo, es dinámico, atrapante, conmueve, dan ganas de escucharlo y lo más extraño: dan ganas dure más tiempo del que dura.
De todas formas, lo que resulta interesante aquí no es tanto Steve Jobs, o su discurso en sí, sino mas bien la repercusión en la gente. Es decir, la pregunta acerca de ¿Qué es lo que encuentra la gente en un discurso así que le produce tanta atracción?
Cuando alguien habla, para que su discurso sea convincente, para que pueda ser “comprable”, debe estar avalado en algún punto. Ya sea por la confianza que genera el que habla, su prestigio, lo genuino de sus palabras, la coherencia y lógica interna del discurso, o por otros elementos que pueden llegar a darle un carácter de “verdad” a lo que dice. Ese aval es el que hace que esas palabras sean exitosas y logren su objetivo: en este caso, atraer, conmover, convencer.
En este discurso se habla del amor, la fe y la libertad. De la libertad para elegir el camino que se desee, con la fe que ese será el correcto si fue elegido con amor. Palabras conmovedoras y de esperanza que generan interés. Pero teniendo en cuenta la cantidad de discursos y mensajes con ese contenido, ¿Qué es lo que lo hace especial y destacado por sobre el resto? Bueno, acá justamente aparece el factor del aval. El aval para que el discurso sea “verdadero”.
En este caso, lo que vemos es que el discurso siempre “cierra” su sentido y fundamenta su contenido a través del éxito. ¿Por qué es verdad lo que digo? Porque resultó exitoso. ¿Por qué es verdad que el camino a elegir es el de la libertad, la fe y el amor? Porque derivó en las empresas más importantes del mundo. Lo cual termina estableciendo un mensaje exactamente contrario al supuestamente propuesto: el miedo a elegir caminos que no resulten en ese exitoso final. ¿Está bien si elijo un camino que me gusta y termino viviendo una vida humilde en el anonimato? Es una pregunta válida que nos podría dejar ese mensaje.
Si el éxito fuera acaso algo accesorio en este mensaje, ¿Cuál sería la diferencia que este relato fuera hecho por Juan Perez o Steve Jobs? ¿Cuál sería el aporte del desenlace multimillonario y de reconocimiento mundial que tiene la historia? ¿No sería acaso la elección en sí lo que marca el éxito personal?
En definitiva, lo que muestra la repercusión y atracción que genera en la gente un discurso de este tipo son dos cosas. Por un lado, el aval que genera el éxito del que habla. Y por otro, esta pasión por las historias con la certeza de un final (feliz). Quiero escuchar algo que se sepa cómo terminó, y en lo posible, que haya terminado bien. Lo cual paradójicamente va en dirección contraria a la libertad de accionar y elegir. Porque las historias reales y presentes son siempre con incertidumbre. Solo los relatos pueden tener la capacidad de tener un cierre y final.
Tal vez sea ese el punto donde no encuentra consistencia el relato que pretende realismo y aspira a la enseñanza a través de la experiencia personal: en la transmisión de una sensación de vivencia e incertidumbre presente, al tiempo que se encuentra en el marco de la tranquilidad y la certeza absoluta que solo la historia pasada puede dar.
Lic. Patricio Furman
Psicoanalista de la Fundación Buenos Aires